Durante los dos últimos siglos el comercio internacional ha registrado un crecimiento espectacular. Ello ha ocurrido a pesar de la interferencia de los gobiernos, la cual se mantiene como su principal riesgo.
El comercio de bienes y productos es tan antiguo como la humanidad. Por ejemplo, los historiadores han encontrado señales de intercambio de pedernal y obsidiana en la Edad de Piedra.
Se sabe, además, que aproximadamente tres mil años antes de nuestra era, en Egipto se negociaba con joyas, y que en esa época se realizó el primer comercio de larga distancia, ocurrido entre Mesopotamia y el valle del Indo.
El intercambio ha sido un medio básico de las personas para mejorar su nivel de vida. Su surgimiento y evolución han sido espontáneos. El comercio ocurre porque las partes involucradas encuentran una ganancia mutua. De otra manera, no sucedería.
En ese sentido, el intercambio, nacional o internacional, no necesita justificación. Empero, el comercio internacional ha permanecido como un tema de debate, en gran medida porque los gobiernos han tendido a intervenir en su desarrollo.
En efecto, desde tiempos remotos, las aduanas fueron creadas para controlar el flujo de bienes entre regiones. En un principio, el propósito primordial fue recaudar ingreso para el soberano, mediante la aplicación de gravámenes. Con el tiempo, ese objetivo se vio influido por otros móviles, entre los que destacó el de proteger a las empresas internas contra la competencia del exterior.
A medida que los gobiernos encontraron otras formas de imposición, los intereses proteccionistas ganaron relevancia. Las aduanas han utilizado aranceles, así como restricciones cuantitativas y otras barreras no arancelarias para ese propósito.
A pesar de la intervención gubernamental, desde principios del siglo XIX el comercio internacional se ha expandido considerablemente. La suma de exportaciones e importaciones por país respecto a su PIB pasó, en promedio ponderado, de menos de 10 por ciento a más de 50 por ciento en la actualidad. Su principal impulsor ha sido la disminución en el costo del transporte y el auge de las telecomunicaciones.
Como era de esperarse, el comercio internacional ha estado frenado por los aumentos en los obstáculos gubernamentales, y facilitado por su reducción. Así, desde aproximadamente 1830 hasta 1913, las políticas liberales lideradas por Gran Bretaña, que se manifestaron en acuerdos bilaterales cuyos beneficios se extendían a otros países bajo el principio de la ‘Nación Más Favorecida’, apoyaron la primera ola de globalización.
El proteccionismo exacerbado durante el periodo entre los dos conflictos mundiales del siglo pasado generó un enorme retroceso del intercambio mundial. En particular, la ley de comercio de Estados Unidos aprobada en 1930 ahondó los problemas de la Gran Depresión.
A partir de finales de la Segunda Guerra Mundial ha ocurrido una segunda ola de globalización, impulsada por Estados Unidos y otros países industrializados. El esfuerzo culminó con la creación del GATT, que consistió en un acuerdo para la reducción multilateral de barreras comerciales.
Este foro permitió a los países signatarios establecer reglas consensuadas para disminuir esos impedimentos. A través de varias rondas de negociaciones se lograron avances considerables.
En 1995 el GATT fue institucionalizado mediante la creación de la Organización Mundial de Comercio. La actual ronda de negociaciones, bajo los auspicios de la OMC, ha enfrentado complicaciones para llegar a convenios.
No obstante, desde finales del siglo pasado han proliferado los tratados regionales, los cuales, si bien han sido un sustituto inferior al enfoque multilateral, han permitido profundizar en la liberalización.
En un mundo sin intereses nacionalistas, liberar el comercio internacional debería ser sencillo, no muy diferente a reconocer la libertad de intercambio que rige entre los estados de un mismo país.
Sin embargo, la realidad política ha conducido a la negociación de tratados como una opción viable. El sistema de reglas, a veces criticado por favorecer en buena medida el comercio administrado, ha reducido la incertidumbre. Además, ha cumplido su misión: las trabas al intercambio han caído de forma casi continua en el mundo.
Hasta ahora, el libre comercio parece estar ganando la batalla. No obstante, la permanencia de esa victoria no puede estar garantizada. Las posturas proteccionistas del actual gobierno de Estados Unidos representan una peculiar disonancia en la corriente mundial a favor del libre comercio.
Fuente: El Financiero, columna de Manuel Sánchez González