Al vivir en un tiempo en el cual la bandera del emprendimiento parece ondearse constantemente en un mar de jóvenes profesionistas que buscan tener éxito en el mundo de los negocios, muchas veces tendemos a ahogarnos en la incertidumbre y confusión de la pregunta del billón de dólares: “¿Qué hacer?”
Ya sea que se trate de dinero de abolengo que convierte a herederos en empresarios, o bien, el milagro del “crowdfunding” verdaderamente ayudando a financiar los sueños de alguien desde cero, nada es más importante al empezar un proyecto que saber a detalle lo que se está intentando lograr, y más que nada el CÓMO estamos planeando lograrlo.
La era de nuestros padres: Trabajo seguro = comida estable
A diferencia de nosotros, nuestro padres no tuvieron que enfrentarse al dilema filosófico que se presenta al momento de pensar si nuestros trabajos son satisfactorios o no a un nivel personal, intelectual e incluso espiritual. Sus sueños, aspiraciones, preferencias y emociones tenían muy poco que ver con la actividad a la cuál habrían de dedicarse; un trabajo era un trabajo, y un sueldo era un sueldo. En una era post guerra, la clase trabajadora -y cualquier otra clase, en realidad- debía estar conforme con el hecho de obtener un trabajo en una fábrica o empresa, un trabajo lo suficientemente bueno como para permitirle a la cabeza de la familia proveer comida, un techo y educación a sus hijos.
Se adoctrinaba a las masas con el concepto de una “familia nuclear” fuerte con la intención de perpetuar la imagen de un cierto estilo de vida que era conveniente para las economías occidentales en recuperación después de un periodo de incertidumbre tanto política como financiera. El gran crecimiento industrial y la expansión comercial fomentados por una globalización impulsada por la tecnología dieron origen a un estándar laboral organizacional que auxilió a los hijos de la Gran Depresión con la paz que una jornada de 9 a 5 ofrecía. El Capitalismo proliferaba a través de los países ahora “en paz” que había peleado en la última gran guerra, lo cual significaba que cualquier hombre de negocios lo suficientemente adinerado, o bien, cualquier heredero de fortunas que hubiera lucrado con los conflictos bélicos internacionales podía empezar a invertir su dinero en uno o varios proyectos comerciales.
En aquel tiempo, estudios de preparatoria -o incluso solo de secundaria- eran suficiente preparación para conseguir un trabajo y empezar una familia; dicho trabajo era, no solo lo suficientemente bueno para sostener a una familia de -idealmente- cuatro, sino también para adquirir un estatus de clase media a través de un consumismo estratégicamente programado en la mentalidad de las familias de la clase trabajadora, lo anterior, con el único propósito de hacerlos aspirar a tener los mismo productos “de lujo” que ellos había sido contratados para producir y/o vender. Una clase trabajadora satisfecha es una clase trabajadora productiva. Una clase trabajadora productiva trae mayores ganancias a la compañía. Compañías más productivas significan mayor competitividad en el mercado. Más competencia en el mercado es igual a mejores sueldos. Más poder adquisitivo se traduce a mayor demanda, y el ciclo sigue y sigue. No hay necesidad para el emprendimiento si el sistema productivo de una sociedad tiene a todos felices. Fue solo hasta que la globalización dio un giro inconveniente para los productores locales cuando dos generaciones empezaron a contemplar la idea del autoempleo como la opción más viable para subsistir.
La maldición de las tendencias: El estigma que porta una generación de nuevos empresarios
La mayoría de las veces, las nuevas generaciones tienen un sentido de emprendimiento bien desarrollado, una tremenda sed de innovación, los medios necesarios, mucha voluntad, e incluso el capital inicial, pero todo eso sirve de poco cuando la frustración de buscar reinventar la rueda nos ciega de lo que debería ser la meta más práctica: mejorar a la rueda ya existente, o lo que es aún mejor, proveer servicios para dicha rueda: ofrecer accesorios, hacerlos virales, crear demanda a través de mercados masivos en línea y aprovechar la ola de consumismo de modas que actualmente mueve a sectores a nivel global.
El desarrollo económico y el avance tecnológico de nuestra región se verían significativamente impulsados si las mentes jóvenes, en lugar de estar constantemente buscando redescubrir el hilo negro, pasaran más tiempo analizando tendencias, evaluando necesidades perpetuas de mercado y aprovechando las áreas de oportunidad presentadas en proyectos que ya han sido lanzados.
Es precisamente esa sobre-exposición a esta nueva ola de ávido emprendimiento lo que, paradójicamente, restringe las posibilidades de creatividad de nuestra generación debido a una alta oferta de nuevas ideas, lo cual termina limitando lo que originalmente intentaba fomentar. Algunos podrán ver esto como una efectiva manera de crear un saludable sentido de competencia, pero la mayoría de las veces termina convirtiéndose en un sentido colectivo de “paranoia creativa” entre los jóvenes emprendedores. Entre intentar crear algo nuevo y atravesar el proceso legal burocrático de proteger dicha idea bajo registro, los creadores de nuevos negocios pierden de vista lo que en realidad hace crecer a su proyecto: estrategias efectivas de mercadotecnia y el manejo adecuado de los medios de producción y distribución.
Pensar “en grande” vs Pensar acertadamente
En lugar de esforzarse por una mansión, sería mejor comprar un viejo y descuidado complejo de departamentos, restaurarlo, ofrecerlo para rentarse y sacar una ganancia que eventualmente permita escalar la inversión y, no solo comprarse la deseada mansión, sino tener la posibilidad de retirarse sin deudas y a una edad cómoda.
Mientras que recién egresados y jóvenes empresarios de nuestros tiempos batallan para decidirse entre seguir sus sueños y triunfar en los negocios, están siendo constantemente bombardeados por metas poco realistas y falsas “necesidades” a través de los medios de comunicación y el interminable ciclo de tendencias que son dictadas por el monstruo mercadológico que es la cultura “pop”. En lugar de educar e inspirar con un verdadero ejemplo de trabajo duro, perseverancia e innovación, los falsos iconos de la industria, protagonistas del espectáculo y sus historias de éxito sobrevaloradas con fines publicitarios están constantemente frustrando a toda una generación gracias a expectativas inalcanzables basadas en un “atajo” irreal hacia el éxito financiero y emocional.
La idea detrás de la falacia del “éxito a través de la riqueza hueca y barata” tiene dos propósitos tan oscuros como efectivos: En primer lugar, una juventud deprimida que constantemente valida su autoestima por medio de un sentido programado de “no soy suficiente” tiende a intentar llenar su vacío existencial consumiendo los productos anunciados por sus ídolos; por el otro lado, es más sencillo y redituable crear y vender testimonios de “éxito” que en realidad financiarlos y apoyar la restructuración de un sistema educativo para enseñar a las nuevas generaciones a dirigir su propio camino y no a ser dirigidos por alguien más (casi siempre tratándose del consumismo y el sentido de aceptación).
A pesar de que algunos países están encabezando un cambio a nivel internacional en los estándares y programas educativos, aún hay mucho por hacer, especialmente en países que no han querido darse cuenta -o más bien, aceptar- lo mucho que sus economías se beneficiarían si dejaran de sostener su PIB por medio del consumismo adormecedor de su propia gente y empezaran a trabajar para ofrecer las oportunidades educativas necesarias para preparar mejor a sus jóvenes. Las escuelas deberían estar enseñándoles a construir su propio conocimiento progresivo y a adquirir un sentido interdisciplinario de habilidades colaborativas; los padres de familia deberían apoyar las particularidades y diferencias en lugar de adoctrinar a través del miedo a la incertidumbre y los conceptos erróneos de lo que generaciones anteriores consideraban como “ser exitoso”.
Diversificarse: Casarse con un proyecto sólo lleva al divorcio
Otra lección bastante repetida en esta nueva moda de emprender es la de “todo o nada”. Inicialmente, este ahora famoso mantra de los negocios solía referirse a que, al momento de comenzar un proyecto, había que darlo todo y trabajar sin descanso para hacer realidad el sueño, pero es precisamente la antes mencionada mentalidad del capitalismo oscuro de nuestros tiempos la que, a través de programas financieros de corte consumista, agresivamente suspiran en los oídos de una generación entera “apuéstalo todo, pide un crédito y ahógate en deudas por el resto de tu vida”. Sí, probablemente se debería considerar un crédito a corto plazo y con intereses bajos -sí es que eso en realidad fuera posible-, pero en lugar de apostarlo todo en un solo proyecto, se debe considerar diversificar la inversión y dividir el capital inicial en tres o cuatro proyectos pequeños y con menores riesgos. De esta manera, si uno de los proyectos no resulta como se esperaba, no todo está perdido y aún se tiene la oportunidad de analizar la situación y tomar las medidas necesarias para mantenerse a flote.
Considerando las adversidades: La triple “R”
Retirarse. Lamentarse tristemente mientras una idea de negocio se viene abajo no va a arreglar nada, al igual que tampoco dará una lección, ni ayudará en el próximo proyecto. Siempre es difícil aceptar que las cosas no salen de acuerdo a lo esperado, pero en lugar de considerarlo un fracaso, se debe tomar como una lección aprendida y una valiosa experiencia. Es muy heroico y noble pensar en apegarse a la idea original y hundirse con el barco, pero ningún capitán alcanza a contar su historia o a dirigir otro barco si no resuelve tomar un salvavidas a tiempo durante una catástrofe.
Replantear y Reinvertir: Cada paso que tomamos, ya sea fructífero o desafortunado, trae consigo la oportunidad de hacer las cosas de manera diferente, y con ello una oportunidad más de tener éxito. Aún si casi todo está perdido, debemos tomar lo que se pueda y, si bien no resucitar al proyecto original, ver que se puede hacer con lo que quedó de él. Si el motor de un auto se avería y es irreparable, tal vez no contemos con el dinero suficiente para comprar un auto nuevo, pero si podemos vender el resto de las partes como refacciones y con la ganancia dar el enganche para un modelo seminuevo. El lujo y la comodidad tal vez no sean los deseados, pero servirá para mantenerse en movimiento.
Fuertes campañas gubernamentales: ¿Por qué ahora?
En países como el nuestro, la desviación de impuestos es algo que nos convierte en un paraíso fiscal para los grandes conglomerados y oligarcas que pilotean los sectores predominantes de nuestra economía, es por eso que, gracias a la ventaja influyente que sus dirigentes tienen en base a las decisiones y rumbo de México, es fácil encontrar pequeños -bueno, lo suficientemente grandes como para que se filtren billones- recovecos entre las líneas de la ley fiscal como para que lo correspondiente a sus ganancias en cuestión de impuestos pueda ser “redirigido”. Sin embargo, el pequeño empresario que empieza a obtener una ganancia de lo que algún día comenzó como un negocio familiar informal es cordial, enérgica y constantemente invitado a que se regularice y registre como un contribuyente emprendedor que cumpla con el pago de sus impuestos correspondientes.
Lo anterior explica de manera cabal y sencilla el fomento que el gobierno del país se ha esforzado por realizar mediante una agresiva campaña en medios masivos de comunicación y en programas educativos de la “nueva era” que han estado moldeando a los jóvenes desde hace casi 15 años. No se intenta ayudar a alguien a cumplir su sueño y “ser su propio jefe” como José y Antonio, sino que se busca encontrar la manera de reponer, por medio de muchos pequeños grifos, lo que el caudal monetario federal dejó de suplir al ser privatizado y manipulado a conveniencia de aquellos que beben más de lo que necesitan.
Conclusión
Ya sea por una turbia manipulación estratégica de las altas orbes gubernamentales y comerciales (nacional e internacionalmente), o por la tendencia generacional a dejar de ser empleado de alguien más y buscar la utópica “libertad económica”, el emprendimiento es una realidad que atañe a las últimas dos generaciones y ha de dar forma a la que le sigue, por lo tanto, y con intención de no perder de vista el beneficio de quién lo empuña, habría de considerarse lo siguiente respecto al modelo emprendedor:
El proceso de planeación es importante, la ejecución es vital, y la dirección y control son cruciales, pero lo más importante es trabajar firmemente convencidos de que la idea no es seguir los pasos de nadie o medirse en base a los logros de los demás. El camino hacia el éxito tiene un solo juez y un solo participante: Uno mismo.
Midamos el éxito en base a nuestro propio progreso y utilicemos el progreso de los demás como inspiración, no como una comparación que frustre o limite nuestro proceso creativo. Somos solo tan grandes como nuestras mejores intenciones y solo tan débiles como el número de veces que nos damos por vencidos.
Fuente: Entrepeneur